Desde que tengo memoria, el hecho más cruento, oprobioso, condenable, reprobable e inaceptable de nuestra historia reciente había sido (junto con el Halconazo del Jueves de Corpus de 1971) el de la Matanza del 2 de Octubre en Tlateloloco. Siempre la imagen escalofriante de esas carnicerías habían constituido en la memoria histórica de muchos -así como en su conciencia política- la más alta expresión de la brutalidad de la cúpula que nos gobierna; la prueba más contundente que entre menos seamos, y más enajenados, apáticos, serviles, divididos, jodidos, irreflexivos, aleccionados, fanatizados, mediatizados e insensibles, mejor para ellos y sus intereses.
Vaya que las cosas han ido como lo han planeado: viento en popa. Somos una nación en franco declive y decadencia, por más que la pinche ideología «Tec», Coca-cola y Teletón traten de convencernos de lo contrario. Nuestro país está del asco. Y antes el socialismo defendía al pueblo y tenía cándida esperanza en él. Ahora también nos estamos convirtiemdo en un pueblo del asco, que aplaude y aclama la mierda de sus tiranos y esclavizadores.
Eso es más que evidente, y ya desde hace mucho era previsible que sucediera. Lo que nunca esperamos algunos es que sucediera algo que superara las hecatombes antes mencionadas. Nuestra situación actual ha dejado ambos capítulos en calidad de juego de niños. Año con año, los que no olvidamos ni perdonamos alzábamos la pancarta sangrienta de los Mártires de Tlatelolco y muy entonados gritábamos: «¡2 de octubre no se olvida!».
Ahora, la realidad que vivimos nos ha hecho más miserables que los muertos de esa gesta. Ahora los gritos deberían ir a otros asesinos y el homenaje a otros cadáveres. Ahora quizá sería más prudente velar por nuestros pellejos.
Seguiremos gritando, no obstante -y sin duda-, «¡2 de octubre no se olvida!». Pero ya no podremos decir «¡Ay de los vencidos!» porque quizá estamos ya incluídos en su número.
Recordemos a nuestros muertos, pero ahora, más que nunca, en verdad debemos preocuparnos por nuestros vivos.
Y de aquí a un año viene lo que, para mí, es el examen final que hará la patria a sus hijos. Si volvemos a elegir a nuestros verdugos, si volvemos a votar por los que nos flagelan y sujetan a su yugo, vendrá la maldición que la Madre compone ya por voz de sus poetas más obscuros y amargos. Y quizá lo que corra por las calles no sea sangre, sino atole.
Por no dejar, por convicción, por tradición, vuelvo a gritar: «¡2 de octubre no se olvida!»
Sólo espero que nadie se olvide de nosotros…