Estoy más que convencido de que uno habla de lo que carece. Yo me la paso hablando de la razón, de la ecuanimidad, de la templanza, de la tolerancia y el respeto, de la diplomacia, de la fineza, de la responsabilidad, de la veracidad, la sinceridad y la honestidad porque carezco de ellas o no las tengo en la proporción que me gustaría o debería. Creo que deberíamos ser más humanos y demostrar nuestra capacidad de serlo. Si el mundo se está cayendo es porque no hemos tomado en serio la responsabilidad de ser lo que somos: seres racionales y conscientes.
Creo que la verdad existe, que no se deja mangonear por relativismos ingenuos (¿acaso hay de otro tipo?) y que nunca es tranquilizadora; que es pesada, que no cualquiera puede soportarla y compromete a quien la enuncia o quien la escucha.
Creo que hay más mérito en construir que en pararse triunfal sobre las ruinas y su miseria; sin embargo, creo que también es buen ejercicio despotricar contra lo que le choca a uno, por eso es que hoy dedico este primer exabrupto a la gente que también habla de lo que carece —sin reconocerlo o sin saberlo— y de la que por eso mismo desconfío y me burlo:
Desconfío y me burlo de quienes —de entrada y por sistema— se jactan de “liberales”, “rebeldes”, “escépticos”, que a todo llevan la contraria y también a los relativistas que a todo consideran “cuestión de enfoques” o que defienden la facilona, irresponsable y estúpida máxima que reza “que cada cabeza es un mundo” y que “todo depende del color del cristal con el que se mira”. Desconfío y me burlo de todos estos ingenuos infelices porque debajo de sus atractivos ropajes y seductoras poses de seres inconformes e “inadaptados” se asoma un ancianillo dogmático y gazmoño, incapaz de darse cuenta de que detrás su supuesta “libertad” y carácter ”indómito” una férrea moral hace su labor esclavizante. Nadie escapa a la moral, ni siquiera el rebelde más pintado, pues todos tenemos el “deber ser” enquistado en la conciencia…
Desconfío y me burlo de los que desdeñan el valor de la disciplina y la técnica en el arte, pues tal desdén es propio de dos tipos de personas: de los genios o de los ineptos; y ya se sabe que los primeros en verdad escasean…
Desconfío y me burlo de los que se jactan de “filósofos” y “poetas” (también de los que se burlan de la filosofía o desdeñan a la poesía) sin nunca haber leído seriamente a Platón, Aristóteles o Descartes, o sin haberse asomado siquiera a un solo verso del Cantar del Mio Cid, de la Ilíada o de la Divina Comedia: discurren, claman, vociferan, “cantan”, pero nunca filosofan ni poetizan (o no conocen de lo que se burlan o lo que desdeñan y por lo mismo son despreciables e insignificantes…)
Desconfío y me burlo de quienes —de entrada y religiosamente— se jactan de ser “viscerales” y hacen de la intemperancia y el desenfreno una virtud: es fácil ser visceral e intemperante mientras no se es víctima de un ser semejante. Todos somos leones mientras no nos recuerdan de un guamazo que somos ovejas.
Desconfío y me burlo de quienes se la pasan haciendo alarde de su fortaleza, intensidad e inexpugnabilidad: en el fondo de su corazón el fantasma de la pusilanimidad ha rentado un cómodo departamento, contiguo al de su prepotencia física y/o conceptual y simbólica.
Desconfío y me burlo de quienes no aprecian la cultura, la fineza y la diplomacia y hacen de la brutalidad y la crudeza su divisa. Los reto a tragarse una cebra sin aderezo alguno: si lo hacen sin perjuicio alguno para su salud —si alguna tienen— me convertiré en su más fiel seguidor. Hay quienes confunden la honestidad y la sinceridad con ser “directo” o “claridoso”; a esos les digo: Cuidado… la sinceridad es casi gemela del cinismo y sólo un paso los separa. Se ama al sincero, pero el cínico es un pobre diablo miserable, corto de mente y carente de lo que algunos llaman “espíritu”…
Desconfío y me burlo de los sermoneadores que se las dan de ser gente de mente abierta y no son capaces de escuchar a los demás ni abrirse a la posibilidad de que los otros pudiesen estar en lo correcto: cada día un virulento e inflexible inquisidor le devuelve el saludo en el espejo…
Desconfío y me burlo de aquellos a quienes todo les huele mal, que todo les parece mal o que ven intenciones ocultas en todo. Si todo les parece podrido quizá es porque llevan la podredumbre consigo…
Por eso, la próxima entrega será sobre una lujuria.