“Sólo en el baile sé yo decir el símbolo de las cosas supremas…”
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra
«Canción de los sepulcros»
Martin Heidegger señala que la poesía es la esencia de todo arte, su forma de acontecer como instauración de la verdad, como fundación y comienzo de un mundo. Todo arte es poesía porque dice algo más allá que su intención, manifestación y comparecencia inmediatas: nos da a conocer lo otro y nos lo revela. Es alegoría, símbolo, puente tendido sobre el abismo de lo inefable que nos permite acceder a otra forma de percibir, pensar y decir la verdad y nuestra condición. Todo arte es el vehículo de esta revelación fundante, que nos expresa a cabalidad.
Durante mucho tiempo, al hablarse de Historia del Arte o al dedicarse a la crítica, a la Estética y la Filosofía del Arte, la referencia casi siempre se limita a las Artes Visuales, la Arquitectura, la Literatura, la Música y el Teatro. Artes todas que ofrecen la contundente solidez del vestigio, del testimonio y el monumento. Incluso el teatro y la música —artes del tiempo— ofrecen al parsimonioso trabajo del teórico y el crítico los hitos petrificados de la partitura y la dramaturgia. En nuestro tiempo, asimismo, los medios audiovisuales hacen accesible —casi à la carte— el trabajo interpretativo de ejecutantes y actores sin necesidad de su presencia efectiva. Incluso los intérpretes fallecidos vuelven a la vida en la pantalla.
Sin embargo, la Danza ha sido frecuentemente ignorada y se tiende a pasar de largo ante ella cuando se habla de Arte. Gran injusticia, pues —en tanto arte— la Danza es la sublime poética del cuerpo abarcando la realidad plena: el cosmos, el hombre y el espíritu. Sin embargo, ¿cómo subsanar esta falta? ¿Cómo congelar por un momento el vital impulso de la Danza? ¿Cómo fijar en discurso y teoría la naturaleza del arte que mejor retrata el carácter efímero y volátil del devenir y la existencia? ¿Cómo petrificar el vuelo de las metáforas que forjan los cuerpos en movimiento? ¿Cómo hacer ciencia de esta alquimia que hace aflorar el sentir y el pensar en la piel y miembros de los bailarines?
Quizá la única forma sea poetizar sobre la Danza y sus incontables manifestaciones; partir desde el origen común de la metáfora. Poetizar sobre su visualidad, sobre el encanto que ejerce sobre el público a través de la plasticidad de los cuerpos, el hechizo seductor de los colores de los vestuarios y las luces que bañan los escenarios, el embrujo del movimiento cadencioso. Invocar a la Danza desde el oficio de la luz, la imagen, el cromatismo, los planos, las texturas y el volumen. Desde ese otro poder poético que ejercen las Artes Visuales. Quizá sólo así podamos acercarnos a la Danza y —en pleno vuelo— pedirle que nos comparta sus secretos.
La exposición «Arte en movimiento», que el Museo de Arte de Querétaro, Ibérica Contemporánea en México y la Galería DRT ofrecen para ustedes, encarna efectivamente ese intento: en ella podremos contemplar la mirada —absorta, admirada, amorosa, respetuosa— que los artistas convocados dedican a los innumerables rostros de ese arte en movimiento que es la Danza.
Los invito a disfrutar de esta incomparable muestra que estará abierta al público en el Museo de Arte de Querétaro hasta el domingo 17 de julio.
Allende #14 sur, Centro Histórico, Querétaro, Qro. CP 76000
De martes a domingo, de 10:00 a 18:00 hrs
Más informes al tel: 01 442 212 23 57
José María Guadalupe Cabrera Hernández